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Jesús visitó mi hogar
Una mañana, mientras tocaban a la puerta, mi hijo, que estaba en la sala, pensó que se trataba de sus abuelos, quienes no tenían planeado visitarnos ese día.
Al abrir la puerta, se encontró con una mujer indígena tarahumara de Chihuahua, México, que estaba pidiendo «korima», que significa ayuda. Rápidamente le di unas monedas a mi hijo para que se las entregara. La mujer, junto con sus dos hijos, parecía pasar mucho frío y estar en una situación difícil, así que los invité a pasar y sentarse en la sala.
Les ofrecí ropa para su pequeña, una cobija, calcetas, zapatos, leche caliente, comida y medicina para la niña que estaba tosiendo con flemas. Le dije a la mujer: «No llores, mamita. Debes estar contenta porque Jesús vino a nuestra casa, ¿verdad?».
En Mateo 25:40, Jesús nos dice: «Les aseguro que todo lo que hicieron por uno de mis hermanos, aun por el más pequeño, lo hicieron por mí».
Ese día fue tan especial que nunca lo olvidaré. Sentí que no había ayudado a alguien con tanto amor como esa vez. Es fácil rechazar a los necesitados o hacer como si no los viéramos; incluso mentimos diciendo que no podemos ayudar, cuando el Señor nos ha dado tanto.
Que el Señor nos perdone por perder la oportunidad de convivir con Él de esta manera. Recordemos que, como dice Hechos 20:35, «hay más dicha en dar que en recibir». Mi hijo le regaló un juguete a su hijo y una sudadera que se puso de inmediato, pues tenía la nariz roja y los labios morados del frío. Antes de que se fueran, les deseé: «Que Dios los bendiga».
Cuando cerré la puerta, mi hijo me preguntó por qué los habíamos ayudado. Le expliqué que en la Biblia dice que cuando ayudamos a los demás, es como si estuviéramos haciendo el bien a Jesús mismo. «¡Jesús estuvo aquí, nos visitó esta mañana, hijo!», le dije a mi niño mientras me emocionaba hasta las lágrimas.